Fórmula 1

La vida frente al volante

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Como intento hacer cada vez que encuentro tiempo, cosa que cada vez me resulta más difícil, me he dispuesto a escribir un artículo. No tenía ni título, ni tema del que hablar. Por no tener, no tenía ni inicio para este artículo. Fue entonces cuando, divagando por las distintas redes sociales, encontré una foto que, si eres aficionado al motorsport, seguro que has recibido con una sonrisa.

Billy Monger, piloto de tan solo 18 años que perdió ambas piernas en un terrible accidente durante la disputa de la Fórmula 4 británica en el Circuito de Donington Park, volvía a subirse a un coche menos de 3 meses después. Esto se junta al anuncio de que, en el año 2020, correrá las 24 Horas de Le Mans.

Todo esto me hace pensar. Tiene 18 años, su vida ha cambiado por completo, ¡que ha perdido las dos piernas! ¿Cómo puede repetir alguien algo que le ha llevado a tal situación? Si yo meto un dedo en agua hirviendo y me quemo, es muy probable que no quiera volver a hacerlo. Repito la pregunta entonces: Si ha perdido las dos piernas conduciendo un coche, ¿cómo puede pensar en subirse de nuevo en uno?

Están enfermos, pienso. Es lo único que se me ocurre para describir su situación, y no solo la de Billy. Robert Kubica, María de Villota, Felipe Massa… «Locos» que, después de conocer de primera mano los peligros de este deporte, pelean día tras día con el único objetivo de volver a competir.

@BillyMonger

Cuando eres pequeño, te puedes aficionar al Fútbol, al Baloncesto o al Tenis. Pero siempre he pensado que, como te pongan un volante delante -y te guste-, te conviertes en enfermo crónico.

¿Qué clase de droga podemos considerar el motor que te lleva al punto de amar algo que te hace sufrir tanto? Ya no hablo solo de algo físico. Desde que eres pequeño te empeñas en ser el mejor. Si de verdad sientes este deporte, no toleras que nadie quede delante de tí. Sufres cuando no ganas, sufres al sentir que no eres el mejor, al sentir que aunque sea sólo una persona en el mundo, ya hay alguien por encima de tí.

Sufres de envidia, sí, envidia. Envidia de que otros tengan oportunidades que, por medios o por suerte en la vida, tu no puedes tener. Sufres al pensar que no vales para esto, seguro que el mismísimo Fernando Alonso lo pensó en algún momento.

Sufres al ir avanzando, haciendo sacrificios, dejar de lado a familia y amigos por perseguir tus sueños. Sufres por no poder cumplir las espectativas que, consideras, están puestas en tí. Sufres y sufres, pero ya estás en monoplazas. La F4 te espera y, el sufrimiento, se empieza a tornar en ilusión. El sueño está más cerca.

Esa ilusión te lleva a correr una carrera más con el mismo objetivo que cuando empezaste en karting, ganar. Por desgracias de la vida, te encuentras un coche en medio de la pista. Comienza una pesadilla, la que te hace perder las dos piernas y, ¿perder toda esa ilusión?

Creo que hablo en nombre de muchas personas cuando digo que Billy Monger me ha dado una lección, una lección que no olvidaré jamás. La frustración que caracteriza al ser humano es la que aparece ante la impotencia de poder cumplir los objetivos marcados, desaparece para Billy. La frustración no existe; la ilusión de un sueño, el de Billy, derrota a cualquier obstáculo que se le ponga delante.

Los sueños son muy caros, y él ha peleado mucho como para que ahora se le escape. Nuevo brote de la enfermedad: Cuando has cogido un volante, no lo vas a soltar. Es una lucha constante, una lucha que comenzaste sin apenas uso de razón y que, ahora, te lleva a querer superar tal fatalidad. No es humano. 

Podrá llegar lejos o no, eso el tiempo lo dirá. Puede que lo tenga que dejar dentro de un tiempo, que llegue el momento en que todo el sufrimiento derrote a la ilusión pero, como decía el profesor en la escuela, la lección ya está dada. La lección de Billy, una lección de vida, una vida frente al volante.

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