Midori Kurve

Michel Vaillant y el pequeño Frankenstein

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Michel Vaillant es un héroe de mi más tierna infancia y, para qué engañaros, su nombre, el de su familia, el de la Écurie Vaillante, las hazañas automovilísticas de todos ellos, me traen gratísimos recuerdos incluso ahora que mi memoria es reacia a bucear tan atrás.

Mi padre, dibujante publicitario con estudio propio en el Gran Vía de Bilbao, fue uno de los culpables de mi afición a los coches. El otro fue mi hermano mayor.

A esa edad de la que estoy hablando, uno sale a retazos y casualidades más que por voluntad definida. A ver, eres un crío y tienes tantas ilusiones que no te caben en la cabeza, y demasiadas aspiraciones que se apelotonan y todavía no sabes lo que significa morder el polvo, así que hoy querías ser astronauta como Neil Armstrong, y mañana, no sé, parecerte a Miguel de la Quadra Salcedo, Jacques Cousteau o Félix Rodríguez de la Fuente.

La verdad es que importaba poco. En absoluto era como ahora. Los héroes de entonces eran auténticos colosos que dejaban huella, no sé si soy capaz de explicarme…

El caso es que Michel ya estaba allí. Antes de que tratara de razonar por qué me había hecho tifoso o por qué me gustaban Stewart, Cevert, Peterson, Hunt o Lauda, el más valiente de los Vaillant ya me hacía soñar con coches de carreras.

La verdad es que su sombra también estuvo a mi lado cuando sin saber muy bien qué me estaba sucediendo, sentí como el corazón roto buscaba abrirse paso a través de mi pecho y garganta aquel amargo 8 de mayo en que lloré por primera vez la pérdida de un ser humano a quien en realidad sólo conocía de verle ejecutar las más asombrosas piezas de coreografía sobre el negro asfalto, mordiendo a sus rivales, pilotando un auto rosso, llevando como dorsal el número 27.

Claro está que para entonces quedaba demasiado atrás aquel pequeño Frankenstein rubio y lleno de pecas que devoraba las Gaceta Junior que traía su padre a casa, que soñaba con ser Michel Vaillant mientras se agarraba a las manos de su madre y cerraba los ojos, porque, en verano, la luz del sol a la vuelta de la piscina le hacía daño más que lo cegaba, que escuchaba antes de dormir las historias que le contaba su hermano mayor sobre Fangio, Ascari o Clark…

En 1982 era un ser distinto aunque en el fondo seguía siendo el mismo idiota de siempre. Estudiaba Bellas Artes y la existencia que había comenzado a golpearte en los riñones, a primeros de mayo, ¡hay que tener mala entraña!

La vida, las caídas inevitables, las remontadas contra pronóstico, alguna de ellas épica… Y posteriormente, un tipo que ha asumido, quizás tarde, que cuando no se puede querer de cerca hay que aprender a querer de lejos aunque la persona amada te odie. Gilles, Michel, y el mundo de las cuatro ruedas como constante. Y con 57 años, el no hagas demasiadas preguntas porque muchas de ellas, la mayoría en realidad, carece de respuesta.

Y cuando crees que nada puede sorprenderte, descubres a comienzos de febrero pasado que dos Oreca 07 LMp2 van a participar en las 24 Horas de Le Mans de este año llevando sobre sus carrocerías la librea de la Vaillante, y hoy, a través de Eloy Entrambasaguas, que un Rebellion R-One (LMP1) ha sido presentado en el Salón de Ginebra homenajeando a la escudería francesa con ocasión de la publicación de un nuevo tomo de las aventuras de Michel Vaillant a primeros de junio próximo, casi quince días antes de que se celebre la mítica prueba de resistencia…

Y piensas entonces en toda esa retórica hueca que aquí supedita la afición futura a las retransmisiones en abierto o cerrado del motorsport, o a la explotación de la figura de Fernando Alonso, cuando todo sería mucho más fácil, y más sugerente si cabe, si alguien se tomara la molestia de parir un personaje de literatura o de tebeos, o de videojuegos si fuese el caso, que narrara las aventuras de un piloto cualquiera que se batiría el cuero sobre la pista, sobre cualquier pista, incluso enfrentándose de tú a tú a los más grandes del momento, como ha hecho Michel Vaillant durante más de 55 años.

Os leo.

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